Asisto, una vez más, al espectáculo del fin. Una vez más, el cielo nocturno de la urbe se enciende por el temible despertar de volcanes, allí donde antes sólo habían montes, horizonte, mudo paisaje. Otra erupción, humana, la del furor inhumano, nos atemoriza: mutadas en zombies, monstruos antropófagos, las oscuras multitudes desolan en su carrera los caminos del fugitivo. Ni aún el oscuro templo, claro está, donde por algunos minutos logramos ocultarnos, nos evade de la catástrofe insoslayable: rocas ígneas destruyen sus blancas torres y muros. Arrojados a la vorágine de la destrucción, constatamos que no hay escape, salvación, ni remedio alguno. La resolución acontece inesperada: una mujer y un niño, transmutados, por raro azar evolutivo, en vampiros asesinos de los zombies, nos muerden, con piedad. Nuestras células, al ser infectadas, comprenden todo lo descrito. Hay felicidad en destruir aún lo destructivo.
domingo, 7 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario